Una niña señala al altar y todo cambia: el día en que una imagen de Cristo comenzó a moverse en un pueblo de Cantabria

El santuario del Cristo de Limpias, ubicado en una remota localidad cántabra, fue escenario de unos enigmáticos fenómenos a comienzos del siglo XX que atrajeron a miles de peregrinos y desconcertaron a todo tipo de testigos

LIMPIAS

Joaquín Ossorio-Castillo


Laura Palomo

Madrid - Publicado el

3 min lectura

En la iglesia de San Pedro de Limpias, un pequeño pueblo de Cantabria rodeado de montes y bosques, se venera una imagen singular: el Cristo de la Agonía. Procedente de Cádiz tras el terremoto de 1755, la talla llegó a la localidad por disposición testamentaria de Diego de la Piedra, quien, según se cree, también financió el espléndido retablo barroco que la alberga, acompañado por las figuras de la Virgen Dolorosa y San Juan.

La escultura, de unos 180 centímetros, destaca por la expresión doliente de su rostro, los ojos elevados y las manos en gesto de bendición. El paño de pureza gris azulado y una corona de espinas de madera completan la composición. Aunque es una imagen completa, la representación más difundida es la de su cabeza, debido al papel central que esta tuvo en los fenómenos inexplicables que comenzaron a reportarse en el siglo XX.

El primer testimonio y el desconcierto

En agosto de 1914, un sacerdote que trabajaba en la iglesia relató una experiencia desconcertante. Mientras limpiaba el altar mayor, observó que los ojos de la imagen estaban cerrados, aunque sabía que eran de cristal y permanecían fijos. Perdió el equilibrio y cayó desde una escalera.

El sacristán, al escuchar el relato, no se mostró sorprendido, afirmando que ya había oído casos similares. Aunque el sacerdote no lo consideró un milagro, dejó constancia escrita del hecho, aunque esta no se divulgó hasta años más tarde.

CRISTO DE LIMPIAS

Joaquín Ossorio-Castillo


1919: el estallido de los fenómenos

Los sucesos se intensificaron en 1919, durante una misión de Cuaresma en Limpias. Fue entonces cuando varias personas, incluyendo una niña y luego numerosos fieles, afirmaron ver cómo el Cristo cerraba los ojos. El párroco constató que la imagen parecía sudar, sin que el retablo ni las otras figuras mostraran humedad alguna.

Poco después, en fechas señaladas como el Domingo de Ramos o el Domingo de Pascua, testigos diversos, entre ellos autoridades civiles no creyentes y religiosas, relataron haber visto movimientos en la imagen: los ojos que seguían a los fieles, la boca que se movía, cambios de expresión que mostraban dolor, compasión o severidad. Incluso se describió a la figura con apariencia de estar viva.

Miles de testimonios y una devoción que persiste

En septiembre de ese mismo año, obispos, sacerdotes y más de treinta personas aseguraron haber presenciado manifestaciones similares. A lo largo de 1920 se recogieron más de 8.000 testimonios, de personas de toda clase social y religiosa. Se documentaron curaciones y conversiones, incluso con solo tocar una estampa del Cristo de Limpias.

Las peregrinaciones crecieron hasta superar en 1921 las cifras de Lourdes o Roma. Ese mismo año, el obispo de Santander dio aprobación canónica a los fenómenos. Aunque en 1924 cesaron las manifestaciones físicas, la devoción no se extinguió. Hoy, el santuario sigue recibiendo visitas constantes, cargadas de fe, recuerdo y misterio.

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